viernes, 6 de junio de 2014

Liturgia mozárabe de Pentecostés


Es digno y justo, Dios omnipotente, según la pobreza de nuestras posibilidades, proclamar los beneficios de tus dones y celebrar siempre en esta conmemoración anual el don de la salvación eterna que hoy se nos da.

¿Quién se atreverá a callar con ocasión de la venida del Espíritu Santo, cuando a través de tus Apóstoles las lenguas todas de la gentilidad están hablando?

¿Quién podrá describir de qué admirable modo en este día, con las lenguas de fuego fue distribuido a los discípulos el conocimiento de todas las lenguas del mundo, de modo que, hablando el latino con el hebreo, el griego con el egipcio, el escita con el indio, mientras cada uno habla su lengua entiende la del otro? 

¿Y con qué virtud puede acontecer que los predicadores de la verdad revelada repartan voluntariamente por los inmensos ámbitos del mundo el mismo don de la única e indivisible doctrina celestial? 

No hay disonancias en la unidad de la fe, aunque haya belleza en la distribución de los diversos saberes y maravilla en la multiforme variedad de los acentos, y así se muestra que no empece la diversidad de la lengua a la confesión cristiana, ni obsta que cada uno se manifieste en su lengua, mientras sea uno aquél en quien creemos.

Te rogamos, pues, oh Señor, que esta confesión nuestra, brotada en los corazones de hijos de la promesa, te sea siempre acepta, Padre de la gloria, y que por la infusión del Divino Espíritu bendigas y santifiques nuestros sentidos, para esperar y merecer lo que tienes prometido a tus fieles. 

Bien sabemos, por tu largueza derramada desde innumerables dones y frutos del Espíritu Santo, lo más sublime concedido a la Iglesia naciente fue que las bocas de los hombres proclamasen el pregón de tu Evangelio en las lenguas de todas las naciones.

La graciosa revelación de tu Santo Espíritu, que vino a nosotros pasadas las siete  semanas desde la gloriosa resurrección de tu Hijo muestra que, aunque sea septiforme, consiste en la suma de todas las virtudes, concordantes en un solo acto.

Estas son, sin duda, las siete gradas de tu templo, por las que se sube al reino de los cielos. Este es el año quincuagésimo de la indulgencia que en otro tiempo se predicaba en leyes figurativas. Este es el fruto de las mieses nuevas, que hoy se manda ofrecer. Porque, aunque sea eterno, anterior a los siglos, para nosotros es nuevo cuando se manifiesta.

Ni carece de misterio el hecho de que se nos infunda este don diez días después de la Ascensión de tu Hijo, pues con ello se muestra que éste es el denario prometido por el Padre de familia a los cultivadores de la viña.

Pero el mayor y el más necesario significado de este divino don, es que, al descender sobre las cabezas de los discípulos en forma de lenguas de fuego, manifiesta que en los corazones de los creyentes no había de caber las disonancias ni las tibiezas; sino que los predicadores de tu palabra habían de ser unánimes en el entender y fervientes en la caridad ¡Oh fuego, que fecundas abrasando!

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