jueves, 28 de marzo de 2013

Liturgia Mozárabe del Jueves Santo




Es justo y digno que te demos gracias a ti, Señor, Padre Santo, eterno y omnipotente, y a Jesucristo tu Hijo, cuya humanidad nos reúne, su humildad nos eleva, su entrega nos libera, su pena nos redime, su cruz nos vivifica, su sangre nos limpia, su carne nos alimenta.
Él se entrega hoy por nosotros, y desata las cadenas de nuestros pecados.
Él, para manifestar a los suyos la grandeza de su bondad y humanidad, no tuvo a menos el lavar los pies incluso del que le había de entregar, aunque ya veía manchadas sus manos con el crimen.

Pero ¿por qué admirarnos de que al cumplir este humilde ministerio, en vísperas de su muerte, se despojara de sus vestiduras, cuando siendo Dios, se humilló a sí mismo? 
¿Por qué admirarnos si se ciñó la toalla, cuando al tomar forma de siervo, se revistió de hombre? 
¿Por qué admirarnos de que echara agua en la jofaina para lavar los pies de sus discípulos, el que derramó su sangre en la tierra para limpiar las manchas de los pecados? 
¿Por qué admirarnos de que limpiara, con la toalla con la que se ciñó, los pies que
había lavado, si con la carne con que se revistió confirmó los pasos de los predicadores del Evangelio?
Y ciertamente que para ceñirse la toalla se quitó su vestidura; pero al recibir la forma de siervo, cuando se humilló a sí mismo, no se despojó de la que tenía, sino que recibió la que no tenía. 
Al ser crucificado fue ciertamente despojado de sus vestiduras y muerto, fue envuelto en sábanas y toda su pasión vino a ser expiación por todos los que creen en él. 
Antes de padecer, nos adelantó sus dones. No sólo por aquellos por los que venía a padecer la muerte, sino también por aquel que le iba a entregar.

Tan grande es el valor de la humildad humana, que su divina grandeza nos la recomendó con su ejemplo; ya que el hombre en su soberbia caminaba a la ruina eterna, sino le hubiera socorrido Dios hecho humilde. 
Para que el que había perecido por la soberbia del seductor, fuese salvado por la humildad del piadosísimo Redentor.

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