lunes, 8 de agosto de 2016

Segundo modo de orar de Santo Domingo


Oraba también el bienaventurado Domingo con frecuencia postrándose en tierra apoyado sobre su cabeza, compungido en su corazón y reprendiéndose a si mismo y lo hacia a veces en tono tan alto que le oían recitar aquellas palabras del Evangelio: ¡Oh Dios!, ten compasión de mi que soy un gran pecador, y con piedad y reverencia recordaba las palabras de David que decían: He cometido un grave pecado, perdona la falta de tu siervo. Lloraba y gemía fuertemente añadiendo: Yo no soy digno de contemplar la altura de los cielos a causa de la multitud de mis pecados, porque he provocado tu ira, Señor, y he obrado mal delante de tu mirada y recitaba con fuerza y devoción el salmo que empieza: Con nuestros oídos, oh Dios, hemos oído, y el versículo que dice: Porque mi alma ha sido hundida hasta el polvo y mi cuerpo pegado a la tierra, y también: Pegada al polvo está mi alma, hazme vivir según tu palabra.

Algunas veces, queriendo enseñar a los frailes con cuanta reverencia debían orar, les decía: Los Magos, aquellos santos Reyes, entraron en la casa, vieron al niño con María su madre y postrándose lo adoraron. Ahora, también nosotros hemos encontrado al Hombre - Dios con María, su madre; entrad, adoremos, postrémonos de rodillas ante él que nos ha hecho.

Exhortaba a los jóvenes diciendo: Si no podéis llorar vuestros pecados porque no los tenéis, pensad en el número de pecadores que podéis inducir a la misericordia y amor por los cuales gimieron los profetas y los apóstoles. Por ellos también Jesús, viéndolos, lloró amargamente. También el santo profeta David lloró por ellos diciendo: Viendo a los renegados sentía asco.

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