martes, 29 de abril de 2014

Santa Catalina de Siena. Carta 15 al judío Consejo


Sea alabado Jesucristo crucificado, hijo de la gloriosa Virgen María.

A ti, queridísimo y amadísimo hermano, comprado con la preciosa sangre del Hijo de Dios, como yo, yo, indigna Catalina, escribo obligada por Cristo crucificado y por su dulce Madre María, que os suplique y urja que debéis salir y abandonar la dureza y la tenebrosa incredulidad, y que debéis someteros y recibir la gracia del santo bautismo: pues sin el bautismo no podéis tener la gracia de Dios. Quien se encuentra sin bautismo no participa del fruto de la santa Iglesia, sino que, como miembro podrido y arrancado de la comunidad de los fieles cristianos, pasa de la muerte temporal a la muerte eterna, y recibe justamente pena y tinieblas, pues no ha querido lavarse en el agua del santo bautismo, y ha despreciado la sangre del Hijo de Dios, que derramó con tanto amor.

Oh, queridísimo hermano en Jesucristo, abre el ojo del entendimiento para contemplar su inestimable caridad, que te manda mediante invitación con las inspiraciones santas que han surgido en tu corazón; y que por sus siervos te pide y te invita, pues quiere hacer las paces contigo, sin fijarse en la prolongada guerra e injuria que ha recibido de ti por tu incredulidad. Pero cuánto es dulce y bondadoso nuestro Dios puesto que, ya que vino la ley del amor, y el Hijo de Dios vino de la Virgen María, y derramó la abundancia de su sangre sobre el árbol de la santísima cruz, podemos recibir la abundancia de la misericordia divina.

Por lo que, puesto que la ley de Moisés estaba fundada sobre la justicia y el castigo, así la nueva ley dada por Cristo crucificado, vida evangélica, está fundada en el amor y la misericordia. Puesto que Él es dulce y benigno, siempre que el hombre vuelva a Él humilde y creyente, y creyendo por Cristo se tiene la vida eterna. Y parece que no quiere recordar las ofensas que nosotros le hacemos; y que no quiere condenarnos eternamente, sino que siempre quiere ser misericordioso. Por eso levántate, hermano mío, en tanto en cuanto quieras estar unido a Cristo; y no duermas ya en tanta ceguera, porque ni Dios quiere, ni yo lo quiero, que la hora de la muerte te encuentre ciego; sino que mi alma desea el verte acercándote a la luz del santo bautismo, como el ciervo desea, cuando tiene hambre, el agua viva. Por lo tanto, ya no te resistas al Espíritu Santo que te llama, y no desprecies el amor que te tiene María, ni las lágrimas y oraciones que se hacen por ti; porque entonces te resultaría demasiado pesado el juicio. Permanece en el santo y dulce amor de Dios; y yo le pido a Él, que es la Verdad suma, que nos ilumine y nos llene con su santísima gracia, y que satisfaga mi deseo respecto de ti, Consejo.

Esta te es dada, Consejo, de parte de Jesucristo. Sea alabado Cristo crucificado, y su dulcísima Madre, la gloriosa Virgen y Madre Santa María. Jesús dulce, Jesús amor.

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