Estamos en deuda,
pero no con la carne para vivir carnalmente.
Pues si vivís según la carne, vais a la muerte;
pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
ésos son hijos de Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor,
sino un espíritu de hijos adoptivos,
que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde:
que somos hijos de Dios;
y, si somos hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo,
ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,12-17)
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