Cuando superó la edad de la lactancia y cumplió tres años, sus bienaventurados padres la llevaron al templo de Dios y la consagraron como ofrenda, según la promesa que habían hecho antes de su nacimiento. La condujeron con gloria y honor, como era justo; muchas vírgenes la precedían y la acompañaban con lámparas encendidas, como había preanunciado un día el rey profeta, antepasado de la Virgen inmaculada, diciendo: Sus jóvenes compañeras la llevarán hasta el rey, sus amigos se la ofrecerán. El profeta había dicho esto con anterioridad, a propósito de la presentación en el templo y de las vírgenes que precedían y acompañaban.
Sin embargo, esta profecía no concierne solamente a aquellas vírgenes, sino que se refiere también a las almas vírgenes que siguieron sus pasos, almas que el profeta ha llamado sus amigos. Aunque todos sean inferiores a Ella en la amistad y en la semejanza, sin embargo, por gracia y bondad de su Hijo, el Señor, las almas de los santos son llamadas amigos suyos; por otra parte, el mismo Señor y Creador del universo no ha considerado indigno llamar hermanos a los que le son gratos y le imitan. En realidad, todas las almas de los justos que llegarán a ser amigos suyos mediante el ejercicio de la santidad, gozarán de su ayuda y estarán espiritualmente unidas al Señor su Hijo, y serán introducidas en el celestial Santo de los Santos.
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