El obispo, siendo administrador de Dios, tiene que ser intachable, no arrogante ni colérico, no dado al vino ni pendenciero, ni tampoco ávido de ganancias. Al contrario, ha de ser hospitalario, amigo de lo bueno, prudente, justo, fiel, dueño de sí. Debe mostrar adhesión a la doctrina cierta, para ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios.
En la primera lectura de la Eucaristía comenzamos hoy a leer la epístola de san Pablo a Tito, en la que le da instrucciones para instituir y ordenar obispos. Oremos al Señor, pues, por todos cuantos han sido llamado en la Iglesia a este ministerio, para que resplandezca en ellos las virtudes a las que alude el apóstol.
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