Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas, Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.
La segunda lectura de la Eucaristía, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses, nos exhorta a la vigilancia en la espera del retorno glorioso de nuestro Señor Jesucristo. Esta tensión escatológica, por más que el tiempo haga que en nosotros quede adormecida, es una dimensión esencial de nuestra condición cristiana. Por eso, oremos los unos por los otros, para que nuestra fe permanezca viva y alerta, sin que el mundo, el demonio o la carne consigan apagarla.
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