Así dice el Señor:
«Israel, conviértete al Señor Dios tuyo,
porque tropezaste por tu pecado.
Preparad vuestro discurso,
volved al Señor y decidle:
Perdona del todo la iniquidad,
recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios.
No nos salvará Asiria,
no montaremos a caballo,
no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.
En ti encuentra piedad el huérfano.
Yo curaré sus extravíos,
los amaré sin que lo merezcan,
mi cólera se apartará de ellos.
Seré para Israel como rocío,
florecerá como azucena, arraigará como el Líbano.
Brotarán sus vástagos,
será su esplendor como un olivo,
su aroma como el Líbano.
Vuelven a descansar a su sombra:
harán brotar el trigo,
florecerán como la viña;
será su fama como la del vino del Líbano.
Efraín, ¿qué te importan los ídolos?
Yo le respondo y le miro:
yo soy como un ciprés frondoso:
de mí proceden tus frutos.
¿Quién es el sabio que lo comprenda,
el prudente que lo entienda?
Rectos son los caminos del Señor:
los justos andan por ellos,
los pecadores tropiezan en ellos.»
Lectura de la profecía de Oseas (14,2-10)
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