Así dice el Señor:
«Cuando Israel era joven, lo amé,
desde Egipto llamé a mi hijo.
Cuando lo llamaba, él se alejaba,
sacrificaba a los Baales,
ofrecía incienso a los ídolos.
Yo enseñé a andar a Efraín,
lo alzaba en brazos;
y él no comprendía que yo lo curaba.
Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía;
era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz,
me inclinaba y le daba de comer.
Se me revuelve el corazón,
se me conmueven las entrañas.
No cederé al ardor de mi cólera,
no volveré a destruir a Efraín;
que soy Dios, y no hombre;
santo en medio de ti,
y no enemigo a la puerta.»
Lectura de la profecía de Oseas (11,1-4.8c-9)
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