Es digno y justo que te demos gracias,
Señor, Padre santo,
Dios eterno y misericordioso,
por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Él armó los labios de tu mártir Sebastián
con la proclamación de la verdad,
para fortalecer los ánimos de los que vacilaban en su fe
y para abrir la boca cerrada de santa Zoe,
digno de alabanza y útil en una y otra actividad.
Porque, mostrando a Cristo y ocultando su condición militar,
confortaba las almas de los santos con su palabra de verdad,
para que no cediesen ante las tribulaciones del momento,
ni se sometieran a los halagos de la carne.
Bien entendido que, si ocultaba ser militar,
no era para rehuir el martirio,
lo hacía para fortalecer los ánimos
de los que se mostraban indecisos en el combate,
pensando que con ello podría obtener del Señor gracia abundante,
al no considerarse digno de alcanzar él solo la corona.
Te rogamos, por tanto, Dios soberano nuestro,
por la intercesión de este tu mártir Sebastián,
que atiendas a nuestras plegarias:
pasa por alto nuestras culpas,
concédenos tu gracia,
aleja la enfermedad,
otórganos el bienestar,
préstanos tu paz, apaga el ardor de nuestras pasiones,
consuélanos con los deseos y las acciones de una vida buena
y llévanos a la felicidad perenne.
Para que podamos alabar tu gloria,
que tu mártir Sebastián ensalzó con sus actos,
y nosotros podremos hacerlo con la profesión de fe que prestan nuestros labios,
cada vez que proclamamos y decimos:
Santo, Santo, Santo
es el Señor, Dios del universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
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