Oh Señor, Dios del cielo y de la tierra,
observa, te lo pedimos,
la soberbia de nuestros enemigos y mira nuestra humildad.
Contempla el rostro de tus santos
y muestra que Tú no abandonas a los que en ti confían
y que humillas en cambio a los que presumen de sí mismos
y se glorían de su propia fuerza.
Tú eres el Señor Dios nuestro,
que desde el principio disipas las guerras,
y el Señor es tu nombre.
Extiende tu brazo, como en otro tiempo,
y destruye con tu fuerza la fuerza de nuestros enemigos.
Que en tu cólera se desvanezca la fuerza de ellos,
para que tu casa permanezca en la santidad
y todos los pueblos reconozcan que Tú eres Dios
y que no hay otros dioses fuera de ti.
Amén.
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