Señor Jesús, en quien se nos ha manifestado la gloria de Dios,
te damos gracias porque desde tu eternidad
has querido detenerte a mirar nuestra fragilidad.
Y mirándola, la has ennoblecido;
y, para rescatarla, tú mismo has asumido nuestra pequeñez.
Ayúdanos a convertirnos, creyendo en tu sorprendente amor,
y no dejes nunca que nos extraviemos lejos de ti.
Que el Espíritu Santo infunda en nuestros corazones
un amor digno de tan grande caridad.
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