Dios nuestro,
que consagraste los comienzos de la Iglesia de Roma
con la sangre de numerosos mártires,
concede que su valor en tan arduo combate nos fortalezca,
y su gloriosa victoria nos llene siempre de alegría.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
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