Diego de la Cruz. Cristo entre David y Jeremias |
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;
me forzaste y me pudiste.
Yo era el hazmerreir todo el día,
todos se burlaban de mí.
Siempre que hablo tengo que gritar:
«Violencia»,
proclamando:
«Destrucción.»
La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día.
Me dije:
«No me acordaré de él,
no hablaré más en su nombre»;
pero ella era en mis entrañas fuego ardiente,
encerrado en los huesos;
intentaba contenerlo, y no podía.
Esta profecía de Jeremias que leemos en la Primera Lectura de la Eucaristía de este domingo nos invita a orar, los unos por los otros, para que el Señor nos conceda la valentía de la fe, mueva nuestros corazones para que, ante las dificultades, demos valiente testimonio de él, y para que no nos acobardemos ante las dificultades y contrariedades de nuestra condición cristiana.
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