El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo,
y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén,
que bajaba del cielo, enviada por Dios,
trayendo la gloria de Dios.
Brillaba como una piedra preciosa,
como jaspe traslúcido.
Tenía una muralla grande y alta
y doce puertas custodiadas por doce ángeles,
con doce nombres grabados:
los nombres de las tribus de Israel.
A oriente tres puertas,
al norte tres puertas,
al sur tres puertas,
y a occidente tres puertas.
La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres:
los nombres de los apóstoles del Cordero.
Santuario no vi ninguno,
porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero.
La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre,
porque la gloria de Dios la ilumina
y su lámpara es el Cordero.
Apocalipsis 21,10-14.21-23
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